En esta sociedad de hoy en día está muy interiorizado todo aspecto que suene atractivo, estético y, sobre todo, bonito. Las redes sociales hacen que esta tendencia se extienda, creando modas que aunque suenen “bonito” pueden ser o no beneficiosas: el pensamiento positivo, las charlas motivacionales, ser abiertos, permisivos, tolerantes. Si por algo es maravilloso el deporte, es porque ahí no valen las modas: mientras hoy en día en la calle, el que tiene más poderío y el eslabón fuerte tiende a ser “el malo” de la película y el débil y con más carencias que virtudes es el protegido; en el deporte esto no existe, siempre el más capacitado y preparado, el que impone su talento por encima del resto tiene más probabilidades de obtener resultados y se le premia con titularidades en un equipo, con ir a los Juegos Olímpicos o con una mejora de contrato. Y es que el deporte es cómo la vida real, sobrevive y progresa el mejor adaptado, el que más domina y el que más mejora. Pero, ¿qué ocurre cuando en el deporte de equipo, tenemos un jugador egoísta, individualista o protagonista? ¿Mezclamos cultura de calle con cultura deportiva? ¿Nos perjudican nuestros prejuicios sobre las personas egoístas? De esto quiero hablar hoy, de cómo no dejarnos llevar por los estigmas sociales hacia las personas individualistas y descubrir los magníficos beneficios que puede obtener el equipo si aprendo a gestionar el egoísmo.
Lo primero que cabe decir, es que al jugador egoísta o individualista se le descubre como tal por su comportamiento, lo que hace en entrenamientos, partidos, lo que dice; esto quiere decir, que podríamos tener más jugadores egoístas de lo que pensamos pero sus esfuerzos y objetivos van dirigidos en la misma dirección que el equipo. Es por ello que aunque siempre hay jugadores que se les ve desde el principio de temporada, hay otros que lógicamente empiezan a aparecer cuando las situaciones cambian o van mal para el equipo. Esa “versión egoísta” de los jugadores que aparece en el peor momento para el entrenador, por si no hubiese ya suficientes problemas. Y es que gestionar el egoísmo es más una práctica de prevención que no de intervención, por lo que debemos comprender que aunque sea un deporte de equipo, las personas somos individuales y no “packs” por lo que siempre hay que prever cierto espacio egoísta en todo jugador.
También sugeriría incluir una clasificación de los jugadores egoístas por su facilidad en la gestión del entrenador, quitando las diferencias individuales de todo jugador que evidentemente hacen su función en la ecuación. Gestionar el egoísmo depende del tipo de jugador individualista que te topes:
- El Jugador egoísta “ambicioso” es un jugador individualista que tiene objetivos y metas individuales que le mueven con mucha motivación y que muchas veces pueden ser más importantes que las metas conjuntas del equipo. Este jugador puede llegar a tener acciones del juego individualistas que perjudiquen al equipo, pero es difícil apartarlo del juego por el gran esfuerzo y desempeño que tiene en entrenamientos.
- El Jugador egoísta “vago” es un jugador individualista que se basa en su talento técnico-táctico para solventar las situaciones del juego que no responde ante los esfuerzos y las exigencias por que él se percibe importante en el equipo. Pretenderá más de una vez ser titular en el partido sin haber entrenado todos los días. Cuando no juega prefiere que el equipo pierda para demostrar su posición imprescindible en el equipo. No tiene metas concretas y se rinde con facilidad cuando la situación no le permite hacer buen juego, poniendo excusas y fingiendo dolores o lesiones que justifiquen su bajo rendimiento.
- El Jugador egoísta “marginado” es un jugador que a nivel de talento está por debajo del nivel del resto del equipo y que simplemente no aporta mucho rendimiento al grupo debido a los pocos minutos que tiene. Vive en un bucle, dado que él se percibe tan talentoso que el hecho de no jugar, lejos de motivarle a esforzarse, le lleva a un estado de pasotismo y de estancamiento que en disonancia con la exigencia del equipo puede general problemas de ambiente.
A continuación voy a darte unas pautas para gestionar el egoísmo en tu equipo, pero ante todo, es importante que no prejuzguemos negativamente a ningún jugador por dar mayor peso a lo que le incumbe a sí mismo, posiblemente es algo que forma parte del deportista y simplemente debemos ayudarle a tener una mejor orientación de sus metas. También es importante que no caigamos en las tendencias actuales por las cuales para tener éxito en un deporte de equipo, tiene que haber un ambiente inmejorable, repleto de amigos y con un entrenador que tiene una relación espectacular con todos los jugadores. ¿Puede ser campeón un equipo con poca relación entre sus integrantes? Sí, rotundo. ¿Puede descender un equipo con una magnífica cohesión? Si, rotundo. El deporte y el rendimiento deportivo, no entienden de amigos y de relaciones humanas. Al final algunos motivos por lo que nos interesa tener un grupo cohesionado es por la menor presencia de problemas y de conflictos, por la menor tensión y por tanto el menor estrés que puedan percibir los jugadores, y sí, el estrés influye en el rendimiento. Por lo tanto, vamos a procurar dirigir el tema del individualismo hacia el rendimiento deportivo del equipo, debemos gestionar el egoísmo y no, cómo es costumbre, hacia el “buen rollo” o hacia el buen ambiente del grupo.
Dado este primer paso a la hora de percibir esta situación podemos empezar a realizar acciones para gestionar el egoísmo que extraigan un alto rendimiento de la condición individualista de cada jugador. ¿Qué hay más individualizado que el establecimiento de metas individual? Nada, y por ello vamos a basarnos en esta magnífica estrategia psicológica que podréis aprender del psicólogo deportivo que tengáis en el cuerpo técnico.
- Es evidente que para el jugador egoísta ambicioso, esta técnica va a resultar muy bien acogida, pero estaremos de acuerdo que el control y el bien para el equipo es mucho mayor si estos objetivos son programados en conjunto con el entrenador y no el jugador por su cuenta. De esta forma podemos alimentar la ambición del deportista dentro de los parámetros de lo que al equipo le puede interesar. Es fundamental aprovechar la condición de este jugador para ser exigentes, prestando especial atención a la consecución de sus objetivos y registrando los datos objetivos que permitan dar argumentos para exigir al jugador o para reforzarle si es preciso. Así pues podemos tener un activo importante e individualista trabajando para sí mismo y para el equipo al mismo tiempo.
- Quizás el caso del jugador egoísta y vago a la hora de gestionar el egoísmo es más complicado, al final puede que según la exigencia de los objetivos que le propongamos no obtengamos la respuesta esperada. Por lo cual, y pese a su talento, debemos ponerle en una situación en la que “necesite” cumplir los objetivos para poder jugar. El riesgo es que podamos perder su talento en algunos partidos, pero estemos rescatándole para el resto de la temporada. Para este tipo de jugador será importante programar un abanico de objetivos dirigidos al rendimiento del equipo y que sea él quien elija que objetivos son los que va a realizar para poder jugar, dado que de esta forma contamos con la motivación de su parte. Dada su actitud perezosa, los objetivos que le demos a escoger siempre van pretender ponerle a prueba (sin pasarse de exigencia, no lo olvidemos). La evaluación rigurosa del rendimiento en cuanto al objetivo será fundamental para tener motivos objetivos con lo que animarle y reforzarle; este jugador lo que requiere es percibir un beneficio en este tipo de metodología de trabajo para producir un mayor compromiso en el trabajo.
- La línea a seguir con el jugador egoísta marginado, es similar a la del vago, con el particular dato de que estamos ante un jugador que actualmente no da el nivel pese a su percepción benevolente de si mismo. La exigencia de los objetivos a proponerle deben conducirle a una mejora de su juego, dado que es probable que este tipo de jugador, aunque no lo demuestre, pueda tener falta de confianza en si mismo y por ello se escuda y se posiciona a la defensiva; los objetivos deben exigirle lo suficiente cómo para que vaya progresando pero no los alcance de forma inmediata. Trabajar con este tipo de jugador, no es complicado a nivel de metodología, pero sí a nivel de compromiso del entrenador, la lista de objetivos a cumplir pasará a ser una lista de evidencias de que dicho jugador se merece jugar por las mejoras realizadas y el rendimiento objetivo obtenido, por lo que deberemos pactar previamente qué recompensa conllevará conseguir su lista de objetivos de forma semanal. Nuestra credibilidad como entrenador entra totalmente en juego con este tipo de estrategia al gestionar el egoísmo, y deberemos sacrificar en rendimiento del equipo para empezar a recuperar a este jugador de una vez por todas, tarea que nos puede llevar tiempo y esfuerzo, aunque nos va a proporcionar una alta satisfacción a largo plazo.
Así pues ante un equipo dónde pueden coexistir jugadores que trabajan para el equipo y jugadores individualistas, la mejor estrategia es el establecimiento de metas cómo pauta metodológica individual, esto acompañado con la didáctica y la comunicación que tengamos con el jugador en cuestión mostrándole los beneficios que podrá obtener de redirigir sus esfuerzos para el equipo podrán solventar muchos problemas. Para terminar de gestionar el egoísmo, es importante tener muy en cuenta los comentarios de los miembros del equipo que juzgan al compañero cómo egoísta, a la hora de pedirles su colaboración en no discriminar a dicho compañero ni hacer comentarios que le puedan diferenciar del grupo, dado que al final “¿para qué voy a trabajar para unos compañeros que no parezco gustarles?”.